miércoles, 19 de septiembre de 2007

CEMENTARIO CABO FINISTERRE (EN GALICIA-CESAR PORTELA)








La idea tras el proyecto
Cabo Finisterre exige (al menos de mí) un objeto arquitectónico que sea una ampliación del paisaje, que se disuelva tranquilamente en la naturaleza, casi como si no existiera. ¿Cómo se pueden aplicar estos requisitos arquitectónicos a la planificación de un cementerio en este lugar?

La propuesta prevé un cementerio hecho de pequeñas estructuras, agrupadas a lo largo de un recorrido preexistente que sigue la pendiente de la colina, sin recintos - y como fondo la omnipresente extensión marina.
La renuncia a los espacios vallados y a la eliminación de líneas de límite y paredes significa que no existirán las usuales referencias a un espacio particular. ¿Cómo superar esta dificultad? Utilizando otras referencias y estableciendo otras delimitaciones. Más específicamente, las que caracterizaban al antiguo lugar de sepultura celta: el mar, el río, la montaña, el cielo.

La imagen del cementerio es la de una senda que atraviesa una aglomeración de casas, una serpiente que repta a lo largo de la ladera de la montaña hasta el mar, adaptando su proceder a las repentinas variaciones del terreno. A lo largo de su recorrido, las tumbas, grandes cajones encajados en compactos bloques geométricos, evocan las enormes formas graníticas diseminadas sobre las laderas de las antiguas colinas: algunas se han quedado en la base de la pendiente, donde el terreno es llano, mientras que el viento y las olas, implacables, cincelarán sus perfiles. El proyecto imita el modo en que la naturaleza produce sus arquitecturas, pero además refleja la forma adoptada por los habitantes de esta tierra para producir las propias.

Mientras nos acercamos a estas piedras, nos damos cuenta de que son lugares hechos por el hombre. Peñascos embebidos de geometrías, formas internacionales pero ordenadas en un desorden aparente. Peñascos que acogen las tumbas encajadas como cajas o contenedores encallados después de un naufragio, un desordenado pomerium donde los muertos no son inhumados en la ciudad, sino a lo largo de un simple camino lejos de lo poblado. Topografía, silencio, ausencia y recuerdo inspiran y delinean este proyecto. La arquitectura es su resultado, e incluso su reflexión.
Para este proyecto, creo, he arrinconado preocupaciones de escasa importancia, proyectos injustificados, materiales inservibles, detalles inútiles. He tratado de no escuchar a la voz tentadora de tantas sirenas, de mantenerme alejado de las distracciones y de todo aquello que no se hubiera demostrado necesario. Sólo he mantenido lo esencial. He tratado de descubrir el misterio y la trascendencia del lenguaje entre el silencio. Un silencio conquistado gracias al deseo de dispersar la propia voz en el vasto y anónimo campo de acción de la arquitectura.
Esta es la arquitectura que me gusta, la arquitectura que más se acerca a mi ser más profundo. Más limpia, más directa, más trascendente, más personal (pero menos personalizada), más ligada por ocultos vínculos a la historia y a la geografía, una arquitectura que quiere su sitio en la cultura y en la vida, más allá del tiempo y del espacio en que se la produce.

Espero que gustará también a Cabo Finisterre, a la montaña O Pindo, a las islas de Lobeira y O Centolo, al Mar de Dentro y al Mar de Fora, a los marineros y a los pescadores que navegan esta costa, a quien enterrará a sus propios muertos sobre estas orillas.
Y, si fuese posible, querría también que gustara a los que aquí han muerto.

César Portela





No hay comentarios: